.
They
may be the faces i can't forget
traces of pleasure or regret
may be my treasures or the price i have to pay
They
may be the songs that summer sings
may be the chill that autumn brings
may be a hundred different things
within the measure of a day
They
may be the beauty and the beast
may be the famine or the feast
may turn each day into a heaven or a hell
They
may be the mirror or my dreams
a smile reflected in a stream
they may not be what they may seem
inside a shell
They
who always seem so happy in a crowd
whose eyes can be so private and so proud
no one's allowed to see them when they cry
They
may be the love that can and hope to last
may come to me from shadows from the past
that i'll remember 'till the day die
They
may be the reasons i survive
the why and where for i'm alive
the one's i'll care for through the rough and ready years
Me
i'll take their laughters and their tears
and make them all my souvenirs
for where they go i've got to be
The meaning of my life are... Them...
.
jueves, 28 de julio de 2011
sábado, 16 de julio de 2011
... High and dry ...
.
Subidón, es un subidón. Una inyección de adrenalina, subidón. Es hora de dormir de nuevo y yo casi no pude hacerlo ayer. Primero por la gran descarga de adrenalina y endorfinas que significó el parto doble y todos sus bemoles, y después por la preocupancia del bienestar del amor de mi vida. No por los niños, ciertamente, pues sabía perfecto que ellos estaban bien, ya los había visto en la tostadora perdiendo su hermoso hermoso hermoso color blancuzco. Despertando cada dos minutos a verificar -ja- que Astrid estuviera bien, mirando el reloj del celular cuya pila moría de a poco y yendo al baño tres veces gracias a un laxante jugo de durazno, pasé mi primera noche como papá.
Creando vínculos que no tenía y que añoraba más que a nada en el mundo, muriendo de miedo al cargar por primera vez a ese precioso renacuajito güerejo llamado Mateo, pidiendo auxilio como después lo haría mi hermano al darle de comer al menonita hermoso de Rodrigo, sentía como una extraña y placentera hiperactividad me recorría mis huesitos y mis huequitos. Quería cargar, abrazar, cambiar los pañales, limpiar colas manchadas de popó de colores raros, dar mamilas, pegar en la espalda para que sacaran el gas, besar cabecitas peludas, chocar mi nariz con las suyas, ya nunca morder sus cachetes, arreglarles los dobleces de las orejas, amoldar la choya chipotead de Mateo, seccionar las cejas rubias de Rodrigo que estaban unidas a su cabello de Fu-Man-Chú ...
No podía dejar de verlos, no quería y no quiero dejar de verlos nunca. Son mis niños, mis line-backers, mi línea ofensiva, mis delanteros de poder, mis goleadores, mis eruditos y mis eructitos, mis cómplices de travesuras, mi compañía perfecta para ir al estadio a ver a PUMAS, mi orgullosa sangre azul y piel dorada, mis medallas de oro en la Olimpiada de Matemáticas, mis campeones del Spell-Bee ... Los hombres de mi vida, los padres de mis nietos, mis cantores de "Mi viejo", el orgullo de mi nepotismo, y tantas y tantas cosas que no alcanzo a vislumbrar.
Ahora, Astrid y yo tenemos mucho por aprender y yo estoy listo para lo que venga, para Todo lo Bueno, para enseñar a dos pequeños a ser felices, para crecer y hacerlos crecer a la par.
Ahora, en la víspera de mi segunda noche como papá, sigo high y sigo dry. Mis lágrimas no han brotado pues mis ojos están dispuestos a no dejar que nada, ni siquiera las gotas saladas de felicidad como las de ayer, se interpongan entre ellos y la visión de mis hijos, la cisión más maravillosa que pudieran tener, lo mejor que verán en la vida.
Somos ellos y ellos son nosotros. Somos los cuatro fantásticos y ahora sé, que si dos es mejor que uno, definitivamente cuatro es mejor que dos. Para siempre...
.
Subidón, es un subidón. Una inyección de adrenalina, subidón. Es hora de dormir de nuevo y yo casi no pude hacerlo ayer. Primero por la gran descarga de adrenalina y endorfinas que significó el parto doble y todos sus bemoles, y después por la preocupancia del bienestar del amor de mi vida. No por los niños, ciertamente, pues sabía perfecto que ellos estaban bien, ya los había visto en la tostadora perdiendo su hermoso hermoso hermoso color blancuzco. Despertando cada dos minutos a verificar -ja- que Astrid estuviera bien, mirando el reloj del celular cuya pila moría de a poco y yendo al baño tres veces gracias a un laxante jugo de durazno, pasé mi primera noche como papá.
Creando vínculos que no tenía y que añoraba más que a nada en el mundo, muriendo de miedo al cargar por primera vez a ese precioso renacuajito güerejo llamado Mateo, pidiendo auxilio como después lo haría mi hermano al darle de comer al menonita hermoso de Rodrigo, sentía como una extraña y placentera hiperactividad me recorría mis huesitos y mis huequitos. Quería cargar, abrazar, cambiar los pañales, limpiar colas manchadas de popó de colores raros, dar mamilas, pegar en la espalda para que sacaran el gas, besar cabecitas peludas, chocar mi nariz con las suyas, ya nunca morder sus cachetes, arreglarles los dobleces de las orejas, amoldar la choya chipotead de Mateo, seccionar las cejas rubias de Rodrigo que estaban unidas a su cabello de Fu-Man-Chú ...
No podía dejar de verlos, no quería y no quiero dejar de verlos nunca. Son mis niños, mis line-backers, mi línea ofensiva, mis delanteros de poder, mis goleadores, mis eruditos y mis eructitos, mis cómplices de travesuras, mi compañía perfecta para ir al estadio a ver a PUMAS, mi orgullosa sangre azul y piel dorada, mis medallas de oro en la Olimpiada de Matemáticas, mis campeones del Spell-Bee ... Los hombres de mi vida, los padres de mis nietos, mis cantores de "Mi viejo", el orgullo de mi nepotismo, y tantas y tantas cosas que no alcanzo a vislumbrar.
Ahora, Astrid y yo tenemos mucho por aprender y yo estoy listo para lo que venga, para Todo lo Bueno, para enseñar a dos pequeños a ser felices, para crecer y hacerlos crecer a la par.
Ahora, en la víspera de mi segunda noche como papá, sigo high y sigo dry. Mis lágrimas no han brotado pues mis ojos están dispuestos a no dejar que nada, ni siquiera las gotas saladas de felicidad como las de ayer, se interpongan entre ellos y la visión de mis hijos, la cisión más maravillosa que pudieran tener, lo mejor que verán en la vida.
Somos ellos y ellos son nosotros. Somos los cuatro fantásticos y ahora sé, que si dos es mejor que uno, definitivamente cuatro es mejor que dos. Para siempre...
.
viernes, 15 de julio de 2011
... Perfect day ...
.
No sé qué es mejor, despertar tarde o no ir a trabajar. Obviamente una como consecuencia de la otra, ambas con el mejor de los motivos. Hoy fue el día más feliz de mi vida, el maás feliz de mi vida hasta ahora. Mis bebés están en su camita caliente y con su pañal hermoso, ambos güerejos y con los pelos parados; Mateo como siempre, serio y pensativo, y Rodrigo como siempre, orinando al doctor y siendo el protagonista de todas las historias.
Imagino que gracias a mi abuelo y a su sapiencia periodística y editorial, que como que no queriendo la cosa leía como cuatro periódicos diarios, entre ellos, por qué no, La Prensa, con todo y su sección policiaca llena de sangre y accidentes; no me puse nervioso ni me desmayé dentro del quirófano, al contrario, estaba yo muy participativo y bromista con Michael Jackson (que irónicamente fue nuestro pediatra -el MJ de los Simpson, obvio-) y con Martín, el de las manos maravillosas que sacaron a Mateo y a Rodrigo de su guarida panzonil. La sangre no logró impresionarme más que mis bebés profiriendo llantos poderosos que inflaron sus pulmones y los llenaron de vida. Yo di tantas gracias a Dios por ellos ...
Y por Astrid, que lo hizo perfecto y no se quejó de nada, a pesar de que dos bebés grandísimos salieron de dentro de ella.
Nuestro más grande y hermoso deseo se cumplió. Ahora a ver para adelante y a seguir en el mismo camino perfecto, que sí existe y este día fue una prueba eterna de ello. Mis bebés nacieron el mismo día en que su bisabuelo Enrique cumple ochenta y tres años, y el mismo día en que su primo Emiliano cumple uno (aunque también el mismo día en que la señora que hace el aseo en la casa cumple doscientos). Son coincidencias geniales y absurdas, y sin embargo no hay nada más maravilloso que el tenerlos en brazos, Astrid los tuvo, los besó y fue la mujer más feliz del mundo. Yo los vi nacer, los escuché llorar y los pude tocar y besar y fui el hombre más feliz del mundo.
No existen de verdad palabras que dignifiquen claramente el orgullo que siento, el agradecimiento que me invade y la dicha inmensa que todo lo puede, que todo lo sabe y que nada desea... porque hoy lo tenemos todo, porque hoy, Dios nos ha bendecido por partida doble, porque hoy Mateo y Rodrigo están aquí, en este mundo que, claro, a partir de hoy es dos veces más perfecto.
Los amo, no tienen idea de cuanto... O sí.
No sé qué es mejor, despertar tarde o no ir a trabajar. Obviamente una como consecuencia de la otra, ambas con el mejor de los motivos. Hoy fue el día más feliz de mi vida, el maás feliz de mi vida hasta ahora. Mis bebés están en su camita caliente y con su pañal hermoso, ambos güerejos y con los pelos parados; Mateo como siempre, serio y pensativo, y Rodrigo como siempre, orinando al doctor y siendo el protagonista de todas las historias.
Imagino que gracias a mi abuelo y a su sapiencia periodística y editorial, que como que no queriendo la cosa leía como cuatro periódicos diarios, entre ellos, por qué no, La Prensa, con todo y su sección policiaca llena de sangre y accidentes; no me puse nervioso ni me desmayé dentro del quirófano, al contrario, estaba yo muy participativo y bromista con Michael Jackson (que irónicamente fue nuestro pediatra -el MJ de los Simpson, obvio-) y con Martín, el de las manos maravillosas que sacaron a Mateo y a Rodrigo de su guarida panzonil. La sangre no logró impresionarme más que mis bebés profiriendo llantos poderosos que inflaron sus pulmones y los llenaron de vida. Yo di tantas gracias a Dios por ellos ...
Y por Astrid, que lo hizo perfecto y no se quejó de nada, a pesar de que dos bebés grandísimos salieron de dentro de ella.
Nuestro más grande y hermoso deseo se cumplió. Ahora a ver para adelante y a seguir en el mismo camino perfecto, que sí existe y este día fue una prueba eterna de ello. Mis bebés nacieron el mismo día en que su bisabuelo Enrique cumple ochenta y tres años, y el mismo día en que su primo Emiliano cumple uno (aunque también el mismo día en que la señora que hace el aseo en la casa cumple doscientos). Son coincidencias geniales y absurdas, y sin embargo no hay nada más maravilloso que el tenerlos en brazos, Astrid los tuvo, los besó y fue la mujer más feliz del mundo. Yo los vi nacer, los escuché llorar y los pude tocar y besar y fui el hombre más feliz del mundo.
No existen de verdad palabras que dignifiquen claramente el orgullo que siento, el agradecimiento que me invade y la dicha inmensa que todo lo puede, que todo lo sabe y que nada desea... porque hoy lo tenemos todo, porque hoy, Dios nos ha bendecido por partida doble, porque hoy Mateo y Rodrigo están aquí, en este mundo que, claro, a partir de hoy es dos veces más perfecto.
Los amo, no tienen idea de cuanto... O sí.
jueves, 14 de julio de 2011
... There will be blood ...
.
Con mis narices sangrantes, salí del baño en la mañana pensando en que necesito una dosis más alta de Cevalín pediátrico (es que me gusta que sean de sabores). Las mucosidades que se alojan en el interior de mis cavidades nasales durante la noche se resistían a abandonar su húmeda y peluda guarida hasta que, papel puntiagudo de por medio, logré sacarlas junto con una pequeña masita sanguinolenta. Rápidamente me puse un tapón y todo solucionado. Astrid se preocupó por mi creciente nerviosismo que mi cuerpo manifiesta de formas peculiares -no podría ser de otra manera-.
No lo niego ni lo haré, estoy nervioso y bonito. Quizá más bonito que nervioso y también viceversa. Hoy sí tengo mucho trabajo así que la entrada será corta o de ideas sueltas:
Mis lágrimas brotaron de nuevo al compartir el dolor de panza de ayer.
Y otra vez en la mañana cuando escuché "Cien veces" de Miguel Insunza.
Creo que algunas casas serán las depositarias de mi catarsis nerviosa clausuradora.
Desde hoy no me gustan los chetos. Bueno sí. Pero prefiero los ruffles verdes.
Ya quiero estar como niño de doce años en víspera de navidad.
Eso es todo por ahora.
Salud por nuestros padres y nuestra hijos ... XD
Con mis narices sangrantes, salí del baño en la mañana pensando en que necesito una dosis más alta de Cevalín pediátrico (es que me gusta que sean de sabores). Las mucosidades que se alojan en el interior de mis cavidades nasales durante la noche se resistían a abandonar su húmeda y peluda guarida hasta que, papel puntiagudo de por medio, logré sacarlas junto con una pequeña masita sanguinolenta. Rápidamente me puse un tapón y todo solucionado. Astrid se preocupó por mi creciente nerviosismo que mi cuerpo manifiesta de formas peculiares -no podría ser de otra manera-.
No lo niego ni lo haré, estoy nervioso y bonito. Quizá más bonito que nervioso y también viceversa. Hoy sí tengo mucho trabajo así que la entrada será corta o de ideas sueltas:
Mis lágrimas brotaron de nuevo al compartir el dolor de panza de ayer.
Y otra vez en la mañana cuando escuché "Cien veces" de Miguel Insunza.
Creo que algunas casas serán las depositarias de mi catarsis nerviosa clausuradora.
Desde hoy no me gustan los chetos. Bueno sí. Pero prefiero los ruffles verdes.
Ya quiero estar como niño de doce años en víspera de navidad.
Eso es todo por ahora.
Salud por nuestros padres y nuestra hijos ... XD
miércoles, 13 de julio de 2011
... Tears for fears ...
.
No es raro, en estos días de lágrima fácil, que mis cachetes se mojen de sal al pensar en la ya inminente llegada de mis bebés. No es raro tampoco que mientras los minutos me corren el cuerpo, ya como si les costara trabajo, ya como si tuvieran toda la prisa de la historia, el nervio se acumula en mis yemas impidiéndome escribir "de corridito"; justo ayer, saliendo del gimnasio, el sostener el tenedor con un pedazo de pepino imbuído de limón, mi muñeca derecha temblara como si y fuera Cassius Clay. Parkinson de gimnasio le llamé a ese curioso fenómeno. Ahora, a más de catorce horas del ejercicio y ya con el pellejo que se niega a adherirse al músculo colgando sobre el cinturón, siento el temblor en las piernas cada vez que miro la hora, la fecha y el día.
Muerto de miedo. No literalmente por supuesto, pero sí estoy cierto de que no hay temor más grande que el de un padre para con la seguridad de sus hijos. Ya lo dije, si ellos están bien, yo estoy bien. Yo ayudaré en lo que pueda y en lo que me permitan, yo cargaré a mis niños cuando me los den, cuando ya estén seguros, todos, de que este papá tembloroso no va a dejarlos caer. Y no los voy a dejar caer, no el viernes, no el sábado, no el domingo... y nunca.
Quizá deje de preocuparme por momentos y sin embargo siempre estará la cosquilla de lo que puedan o no estar haciendo. Si se despiertan en la noche con un llanto indefinido e indefendible, si al aprender a gatear se dan trescientos mil sopapos contra el piso cuales humanos Bambis, si con sus primeros pasos se estrellan contra la orilla de la mesa, si el librero se convierte en un perfecto escalódromo de bebés, si se raspan las rodillas al caer de la patineta, si su tío les regala su primera motocicleta, si ese niño gordo y horrible les quita su almuerzo, si esas niñas malas les rompen el corazón, si se mueren de miedo cuando vayan a nacer sus propios bebés ...
En fin, no hay razones para temer. Mi fuero interno y Astrid, la voz de mi conciencia, me dicen que no va a haber mejor padre en el mundo que el de Mateo y el de Rodrigo. Sólo lo sé porque tengo la compañía perfecta e ideal de la mejor mamá del mundo, ella, Astrid, que ha cuidado, protegido y alimentado a este par durante estas últimas treinta y cinco semanas, con tan solo mi apoyo moral y presencial. Sé que me falta toda la experiencia del mundo, sé que moriré de vergüenza todas y cada una de las veces que me equivoque y sé también que, pase lo que pase, no hay razones para temer; no, al menos, racionalmente. Aunque mi falible condición humana me diga lo contrario e, irónicamente, sabiendo claramente y desde el inicio que no hay victoria sin mil derrotas, no hay grandeza sin mil pequeñeces y no hay vuelo sin mil caídas.
Rodrigo y Mateo estarán listos para volar, de eso no tengo duda alguna. Yo, por otro lado, sólo quiero que ellos sean felices, sé muy bien que Astrid y yo seremos más felices cada día, en el camino de construirles el mundo perfecto, encontraremos nuestro propio destino. No funesto, para variar, sino luminoso. Completamente luminoso... y lo que falta.
Después de todo, uno no viene a la vida a sufrir, no es el trato. Sufre quien quiere. Hoy quiero gozar a mis bebés hasta que, sin dejar de ser "mis bebés", emprendan el vuelo hacia sus destinos particulares. Después gozaré sus presencias tanto como sus ausencias; sus llamadas y sus silencios, y sus abrazos y sus desdenes. Sin reproches, después de todo, la vida habrá sido buena conmigo al permitirme conocerlos, ser su padre y su guía y su mentor y demás. Ellos para mí lo serán todo. Todo.
.
No es raro, en estos días de lágrima fácil, que mis cachetes se mojen de sal al pensar en la ya inminente llegada de mis bebés. No es raro tampoco que mientras los minutos me corren el cuerpo, ya como si les costara trabajo, ya como si tuvieran toda la prisa de la historia, el nervio se acumula en mis yemas impidiéndome escribir "de corridito"; justo ayer, saliendo del gimnasio, el sostener el tenedor con un pedazo de pepino imbuído de limón, mi muñeca derecha temblara como si y fuera Cassius Clay. Parkinson de gimnasio le llamé a ese curioso fenómeno. Ahora, a más de catorce horas del ejercicio y ya con el pellejo que se niega a adherirse al músculo colgando sobre el cinturón, siento el temblor en las piernas cada vez que miro la hora, la fecha y el día.
Muerto de miedo. No literalmente por supuesto, pero sí estoy cierto de que no hay temor más grande que el de un padre para con la seguridad de sus hijos. Ya lo dije, si ellos están bien, yo estoy bien. Yo ayudaré en lo que pueda y en lo que me permitan, yo cargaré a mis niños cuando me los den, cuando ya estén seguros, todos, de que este papá tembloroso no va a dejarlos caer. Y no los voy a dejar caer, no el viernes, no el sábado, no el domingo... y nunca.
Quizá deje de preocuparme por momentos y sin embargo siempre estará la cosquilla de lo que puedan o no estar haciendo. Si se despiertan en la noche con un llanto indefinido e indefendible, si al aprender a gatear se dan trescientos mil sopapos contra el piso cuales humanos Bambis, si con sus primeros pasos se estrellan contra la orilla de la mesa, si el librero se convierte en un perfecto escalódromo de bebés, si se raspan las rodillas al caer de la patineta, si su tío les regala su primera motocicleta, si ese niño gordo y horrible les quita su almuerzo, si esas niñas malas les rompen el corazón, si se mueren de miedo cuando vayan a nacer sus propios bebés ...
En fin, no hay razones para temer. Mi fuero interno y Astrid, la voz de mi conciencia, me dicen que no va a haber mejor padre en el mundo que el de Mateo y el de Rodrigo. Sólo lo sé porque tengo la compañía perfecta e ideal de la mejor mamá del mundo, ella, Astrid, que ha cuidado, protegido y alimentado a este par durante estas últimas treinta y cinco semanas, con tan solo mi apoyo moral y presencial. Sé que me falta toda la experiencia del mundo, sé que moriré de vergüenza todas y cada una de las veces que me equivoque y sé también que, pase lo que pase, no hay razones para temer; no, al menos, racionalmente. Aunque mi falible condición humana me diga lo contrario e, irónicamente, sabiendo claramente y desde el inicio que no hay victoria sin mil derrotas, no hay grandeza sin mil pequeñeces y no hay vuelo sin mil caídas.
Rodrigo y Mateo estarán listos para volar, de eso no tengo duda alguna. Yo, por otro lado, sólo quiero que ellos sean felices, sé muy bien que Astrid y yo seremos más felices cada día, en el camino de construirles el mundo perfecto, encontraremos nuestro propio destino. No funesto, para variar, sino luminoso. Completamente luminoso... y lo que falta.
Después de todo, uno no viene a la vida a sufrir, no es el trato. Sufre quien quiere. Hoy quiero gozar a mis bebés hasta que, sin dejar de ser "mis bebés", emprendan el vuelo hacia sus destinos particulares. Después gozaré sus presencias tanto como sus ausencias; sus llamadas y sus silencios, y sus abrazos y sus desdenes. Sin reproches, después de todo, la vida habrá sido buena conmigo al permitirme conocerlos, ser su padre y su guía y su mentor y demás. Ellos para mí lo serán todo. Todo.
.
martes, 12 de julio de 2011
... Here comes the sun ...
.
Buen día, mi nombre es Luis y dentro de tres días voy a ser papá de un par de gemelos. Mateo y Rodrigo, Rodrigo y Mateo. Astrid, mi esposa, está en casa descansando y preparándose para la cesárea. Esta historia no es sencilla de contar y sin embargo estoy aquí para hacerlo, pretendo dejar un registro electrónico de lo que vaya ocurriendo, paso a paso en esta gran aventura de ser padre.
A simple vista y habiendo observado siempre los toros desde la barrera, esto de la paternidad parece muy sencillo; vamos, todo mundo lo hace, más de lo que deberían, creo. Gente fea va y gente fea se viene y se reproduce, trayendo chamacos gritones y feos a este valle de lágrimas y, uno como quiera, ¿pero las criaturas? Por eso digo que en un rápido vistazo, esto de ser papá pareciera lo más fácil del mundo, como si todos lo entendieran como yo, como si todos lo gozaran como yo, como si todos lo vivieran como yo. Quizá.
Ya estoy ansioso y ya solamente faltan tres días para conocer a ese par de personas maravillosas y geniales que ya se comunican dentro de la panza de su mamá con el exterior, que ya tienen una personalidad muy definida y que, por sobre todas las cosas, ya tienen las cabezas llenas de pelos parados. Ah sí, y que ya son amados por propios y extraños que, más que nada en la vida, esperan su llegada con los brazos abiertos.
Quisiera tener todo el tiempo del mundo para dedicárselo a ellos, quisiera tener todas las palabras bonitas para plasmarlas aquí y que, cuando tengan la edad suficiente, las puedan leer. Quisiera no separarme de su mamá ni un instante hasta ese momento en que mi corazón se crezca en tres. Con el corazón y el alma, no divididos sino expandidos. Con el corazón en la boca y en la mano en esos instantes eternos e inolvidables en que vean la luz blanca del quirófano y las caras mascaradas del doctor Martín; el mismo que los puso ahí en primer lugar - pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión-.
Hoy mis uñas se salvan por milésimas de milímetro. Hoy mi cuello me llama para que lo convierta en un campo de batalla contra la neurodermatitis. Hoy martes 12 de julio de 2011, a tres días del gran día, reitero mi compromiso conmigo, con Astrid, Mateo y Rodrigo, y con las letras. Aquí estaré mínimo una vez al día para la catarsis necesaria o no necesaria, da igual. Mi único deseo está por cumplirse, ellos están bien, los tres, yo con eso ya estoy feliz.
Por cierto, las historias reales siempre son mejores que la ficción, y acaso más extrañas y divertidas. Ayer, Astrid y yo cumplimos dos años juntos y el viernes, el día en que nacen los bebés, mi abuelo cumple ochenta y tres años.
¿Verdad que es divertida la realidad?
Buen día, mi nombre es Luis y dentro de tres días voy a ser papá de un par de gemelos. Mateo y Rodrigo, Rodrigo y Mateo. Astrid, mi esposa, está en casa descansando y preparándose para la cesárea. Esta historia no es sencilla de contar y sin embargo estoy aquí para hacerlo, pretendo dejar un registro electrónico de lo que vaya ocurriendo, paso a paso en esta gran aventura de ser padre.
A simple vista y habiendo observado siempre los toros desde la barrera, esto de la paternidad parece muy sencillo; vamos, todo mundo lo hace, más de lo que deberían, creo. Gente fea va y gente fea se viene y se reproduce, trayendo chamacos gritones y feos a este valle de lágrimas y, uno como quiera, ¿pero las criaturas? Por eso digo que en un rápido vistazo, esto de ser papá pareciera lo más fácil del mundo, como si todos lo entendieran como yo, como si todos lo gozaran como yo, como si todos lo vivieran como yo. Quizá.
Ya estoy ansioso y ya solamente faltan tres días para conocer a ese par de personas maravillosas y geniales que ya se comunican dentro de la panza de su mamá con el exterior, que ya tienen una personalidad muy definida y que, por sobre todas las cosas, ya tienen las cabezas llenas de pelos parados. Ah sí, y que ya son amados por propios y extraños que, más que nada en la vida, esperan su llegada con los brazos abiertos.
Quisiera tener todo el tiempo del mundo para dedicárselo a ellos, quisiera tener todas las palabras bonitas para plasmarlas aquí y que, cuando tengan la edad suficiente, las puedan leer. Quisiera no separarme de su mamá ni un instante hasta ese momento en que mi corazón se crezca en tres. Con el corazón y el alma, no divididos sino expandidos. Con el corazón en la boca y en la mano en esos instantes eternos e inolvidables en que vean la luz blanca del quirófano y las caras mascaradas del doctor Martín; el mismo que los puso ahí en primer lugar - pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión-.
Hoy mis uñas se salvan por milésimas de milímetro. Hoy mi cuello me llama para que lo convierta en un campo de batalla contra la neurodermatitis. Hoy martes 12 de julio de 2011, a tres días del gran día, reitero mi compromiso conmigo, con Astrid, Mateo y Rodrigo, y con las letras. Aquí estaré mínimo una vez al día para la catarsis necesaria o no necesaria, da igual. Mi único deseo está por cumplirse, ellos están bien, los tres, yo con eso ya estoy feliz.
Por cierto, las historias reales siempre son mejores que la ficción, y acaso más extrañas y divertidas. Ayer, Astrid y yo cumplimos dos años juntos y el viernes, el día en que nacen los bebés, mi abuelo cumple ochenta y tres años.
¿Verdad que es divertida la realidad?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)